Más allá de lo emotivo que un relato así pueda levantar en el fuero interno de cada cual, de vez en cuando no está de más recordar que los de enfrente atacan muy muy duro y que esto es una guerra, muy de verdad, y que también en la memoria de las víctimas (venga, a revisar las ideas de Walter Benjamin) tenemos que tomar fuente de energía revolucionaria para nuestra lucha diaria:
Morón, 16 de Noviembre de 2012
¡Hola! Espero que ya sepáis lo que me ha
ocurrido en el Módulo de Aislamiento de ésta prisión, a pesar de que
la dirección de la cárcel está haciendo todo lo posible por mantenerme
completamente aislado, pues dos días después de lo sucedido, me han
puesto en una galería solo y no me han activado los teléfonos para que
no pueda avisar a nadie de lo que han hecho conmigo. Aunque, a pesar de
todo este aislamiento, la Solidaridad ha hecho llegar a vuestros oídos
mi situación desde el primer día, lo sé a ciencia cierta. Así pues, ya
sabéis que me dieron una paliza tremenda y que estoy en Huelga de
Hambre.
Intentaré ser breve para no perderme en
detalles (ya he denunciado ante el JCVP) y os podéis hacer una idea de
lo más importante.
Desde mi llegada a esta prisión (hace
tres años y medio), ya he denunciado las constantes provocaciones de
carácter político que se traducen en: buscar hacernos la vida imposible
a los Presos Políticos, creando esto constantes tensiones que se han
ido acumulando y que he sabido ir toreando, con paciencia y en compañía
de los P.P. Vascos; al menos, hasta el 14-XI-2012, cuando los
carceleros de turno venían decididos a que ese día se terminaría de
romper “el jarrón”.
Desde que llegué, me he destacado por
exigir que se cumplan nuestros escasos derechos en éste módulo de
aislamiento: Conseguí que nadie se tuviera que poner de pié en los
recuentos, que dieran bata para cubrirnos en los cacheos integrales;
que distribuyesen productos y material de limpieza todos los días; que
se respetasen las cuatro horas de patio integras que tenemos al día;
poder utilizar un ordenador todos los días (fuera de las horas de
patio) para los que estuviéramos estudiando alguna carrera
universitaria por la UNED…, y otras cuantas cosas más relativas al día a
día en aislamiento.
Pero, a la vez que iba consiguiendo que
se respetasen estos avances, se ha ido acumulando el odio en una parte
de los carceleros, los que unidos bajo los sindicatos de prisiones
hacen del odio fascista una militancia activa contra los Presos
Políticos, y no han podido soportar ver que, a pesar de sus putadas, me
mantengo un hombre íntegro, esmerado en contacto con los obreros, con
la juventud antifascista; haciendo deporte, cultivándome
intelectualmente y mostrando siempre una amplia sonrisa ante las
habituales adversidades.
Así pues, ese 14 de Noviembre, a las 9
de la mañana vino a sacarme al patio una de esas guardias de militantes
fascistas. Tenían muy claro a qué venían y no se iban a ir sin
conseguirlo. Abrieron la puerta de la celda, me pusieron contra la
pared; mientras uno me pasaba la “raqueta” detectora de metales, otro
cacheaba mi mochila y otros dos mi celda, la rutina diaria. Pero el que
cacheaba mi bolsa, saca de ella una tartera donde siempre llevo mi
almuerzo (se me quedó la costumbre de los albañiles), y me dice que a
partir de ahora eso está prohibido; le digo que es mi almuerzo y me
insulta, diciendo que ya no lo es. Le digo que me trate con respeto y,
sin más preámbulos, me coje y me empuja hacia dentro de la celda, pues
no quería que lo que iban a hacer lo vieran las cámaras de seguridad
del pasillo. Así es como supe desde el primer momento que la cosa se
iba a poner fea. Al entrar en la celda los cuatro funcionarios, el de
la tartera me da un bofetón y los otros se echan a por mí, yo me cubro
la cabeza con manos y brazos. Enseguida oigo a uno decir: “Aquí no,
Carlos, que están los otros golpeando las puertas”, y es que los P.P.
vascos estaban haciendo ruido para protestar y mostrar su solidaridad.
Así es que me ponen los grilletes y me
sacan a rastras mientras oigo los gritos de ánimo y reprobación de los
compañeros. Me llevan al cuarto de cacheos, donde tampoco hay cámara, y
me piden que me quite la ropa. Me quito todo menos el pantalón de
deporte y pido la bata; en ese momento me dan otro guantazo y sacan las
porras. Me patean y me aporrean hasta que caigo al suelo y, una vez en
el suelo, me hago un ovillo y siguen dándome patadas en la cabeza y
porrazos por todo el cuerpo. Pasan los minutos y continúan dándome si
bajar ni la intensidad ni la cadencia, uno de ellos me separa los
brazos de la cabeza mientras otro me da un puñetazo en la cara; me
logro soltar y me vuelvo a tapar, entonces me dan un pisotón en la
cabeza y empiezo a perder el conocimiento… Mi cuerpo se va relajando
mientras noto que se convulsiona con los golpes que me siguen dando.
Cuando recobro el conocimiento, estoy
esposado a la espalda y dos carceleros me arrastran por el pasillo;
parece que se me van a desencajar los brazos. Me llevan a una celda
donde veo que solo hay una cama con correas, me arrojan a ella y me
atan de pies, manos y cintura. Yo empiezo a vomitar y uno de ellos me
tira del pelo para sacarme la cabeza de la cama; veo que solo echo
babas mezcladas con sangre y un trozo de diente. ¡Estoy casi entero!
Solo llevo encima los pantalones cortos
de deporte, el torso desnudo y sin zapatillas; veo que abren la ventana
y el frío de la mañana alivia un poco mis extremidades, que están
empezando a amoratarse por lo fuerte que han apretado las correas.
Estoy boca abajo y los carceleros me insultan: “Ahora qué, GRAPO
cabrón” y lindezas por el estilo; la mayoría de ellas en referencia a
mi militancia política y los avances conseguidos en los derechos de
esta prisión. Al rato se van y me dicen que cuando me haya hecho mis
necesidades encima, volverán para desatarme. Estoy atado unas 15 horas,
con la ventana abierta y medio desnudo. El frío que al principio
aliviaba mi maltrecho cuerpo, a las dos horas martiriza mis músculos
haciéndome temblar de frío y de dolor. Durante ese tiempo pierdo la
conciencia de nuevo un par de veces más. Es el único descanso que
encuentro: cuando estoy consciente el dolor es puntiagudo y
generalizado por todo el cuerpo.
Habrían pasado 3 o 4 horas desde que
estoy allí atado. Cada cierto tiempo entraban los carceleros: “Qué,
todavía estás vivo, comunista hijo de puta”, me tiraban del pelo, me
daban algún manotazo y se iban.
El frío terminó deshinchando un poco mis
muñecas y tobillos, y así pude luchar contra las correas durante un
buen rato, hasta que me solté de la mano izquierda, del resto de
extremidades no pude soltarme. Así logré colocarme de medio lado y con
esa mano suelta pude maniobrar para orinar fuera del colchón, en el
suelo. Afortunadamente, tengo la costumbre de hacer deporte en ayunas y
no había comido nada, por lo que no tuve necesidad de defecar. Eso sí,
cada movimiento que hacía creía que me estaba rompiendo algún hueso.
A las 23 horas de la noche, cuando ya
había cambiado la guardia que me hizo eso, entraron 7 u 8 carceleros y
me dijeron que, ya que había orinado en el suelo, me iban a soltar y
cambiar de celda. Cuando me soltaron, yo no me podía mover, mi único
gesto fué encogerme en posición fetal; le dije al Jefe de Servicios que
estoy operado de hernia discal y que ellos me habían vuelto a herniar.
Llamaron al médico, esta hizo un informe a vuelapluma, visiblemente
impresionada de las torturas marcadas en mi espalda, y me puso una
inyección de diclofenaco. Al rato me llevaron en volandas a la celda de
al lado, me tiraron en un colchón lleno de suciedad y me tiraron una
manta. Allí pasé el resto de la noche y medio día posterior. Eso sí,
cada dos horas, durante toda la noche, se preocuparon de no dejarme
dormir, golpeando la puerta, insultándome, amenazándome y dejando la
luz encendida… Yo me enrosqué en la manta y dormí lo que pude y lo que
me dejaron.
Al día siguiente me comunicaron que
estaría en aislamiento total hasta que la DGIP decidiera si me
cambiaban de prisión, o me aplicaban la 1ª Fase (el aislamiento
absoluto); al final me aplicarán ambas medidas, y en la cárcel donde
aterrice estarán esperándome los carceleros del sindicato, para
recordarme que cuando el sistema capitalista se ve al borde del
precipicio, es tiempo para volver a los orígenes más fascistas, para
defender sus privilegios.
En esas cosas he estado pensando durante
todo este maltrato, durante, por qué no decirlo, la aplicación del
Estado de Derecho que la burguesía tiene reservado para los
revolucionarios. También pensaba en mis camaradas, en mi compañera, en
el libro “El Estado y la Revolución” de Lenin, que me estoy volviendo a
releer, en el auge del Movimiento de Resistencia Antifascista y en la
reconstrucción de la Solidaridad obrera con los presos políticos. Todo
eso me ha hecho aguantar estas torturas, sabiendo que cada golpe tenía
un significado político, que la lucha de clases había marcado en mi
espalda más de 25 porrazos y patadas que, al mirarlos en el espejo, me
recuerdan que sin sacrificios no obtendremos ni uno solo de los
objetivos revolucionarios a los que los obreros estamos llamados.
Mi ánimo se resume en esta cita del Che:
“En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bien venida sea,
siempre que nuestro grito de guerra haya llegado hasta un oído
receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros
hombres se apresten a entonar cantos luctuosos con tableteos de
ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de Victoria”. ABRAZOS
COMBATIVOS.
Marcos Martín Ponce
-Actualmente se encuentra en la Prisión de Puerto III (Cádiz)